Hay una regla no escrita que dice que, como asesora de lactancia, no debes contar tu historia a las familias que acompañas porque en ese momento su historia es más importante que la tuya.
Estoy de acuerdo a medias. Por supuesto que su historia es más importante, pero tú tienes los conocimientos y además la experiencia. Y la esperanza. Ante todo la esperanza.
Era agosto de 2019. Madrid. Ola de calor inaguantable. Parto larguísimo. No se agarró espontáneamente. Era un bello durmiente. Grietas ya en el hospital. Dolor muy fuerte. Pezoneras de todas las tallas y colores. Enfermeras con criterios dispares. Todas intentando ayudar pero sin conocimiento. Perdió el 10 % en el hospital. Pero “no pasa nada, dale biberón, que necesita suplemento”.
Nos negamos al biberón. Empezamos con dedo-jeringa y fórmula. Yo intentando extraerme lo que pudiera. No salía prácticamente nada. Nadie sabía decirme cómo mejorar la técnica. Salió del hospital sin recuperar ni un gramo de todo lo que había perdido; pero sin ninguna preocupación por parte de los profesionales.
En casa misma canción. Muchísimo dolor. Grietas muy feas. Uratos más allá del cuarto día. No cogía peso. No subía la leche. La pediatra del centro de salud nos dio pautas de qué cantidad de biberón darle. ¿Y la lactancia? ¿Qué está ocurriendo? “A veces pasa, les cuesta arrancar”.
Pasaron varios días. Calor infernal. Bebé medio deshidratado. Ahora que tengo muchos más conocimientos creo que estuvo al límite; pero nadie vigilaba eso. Tuvimos que ir al hospital porque parecía que yo podía tener un trombo en un pulmón y pedí que por favor lo revisaran a él también.
Resumen de la situación en el hospital: yo sacándome leche manualmente en el baño porque nadie me habilitaba un espacio, mi pareja con mi hijo en otra sala dándole leche que me había extraído antes y la pediatra que lo atendió soltando lindezas.
Fue la radióloga la que pidió que nos dejaran una sala para estar juntos. Me costaba respirar y tenían que hacerme un TAC con contraste. Igual que le agradezco a la radióloga el detalle de darse cuenta de que tenía delante a una puérpera lactante y que necesitaba estar con su bebé y su bebé con ella, le tengo que decir que se forme más. Que se puede seguir amamantando después de un TAC con contraste. Que no hay que desechar la leche. Que ni la madre ni el bebé tienen que pasar por eso, y menos con los problemas que teníamos.
La pediatra. Esa mujer dulce y amable que cuando entré en la sala ya había convencido a mi familia (habían llegado mi madre y su pareja) de que el problema lo tenía yo. Me miró fijamente y con cara compungida y tono paternalista me dijo: “El problema es que no tienes confianza en tu lactancia. Está todo bien. Confía.”.
Otro pediatra recomendó retirar las pezoneras. Nadie revisó talla ni agarre ni transferencia de leche ni la boca de mi hijo. Pero el problema lo tenía yo.
Por fin pudo venir una asesora de lactancia a casa. IBCLC. Por fin valoró toma, agarre, succión… puede que tenga un poco de frenillo me dijo. Ahora sé que “tener un poco de frenillo” es una falacia. El frenillo se tiene o no se tiene, y limita o no limita. Punto.
Seguí sus pautas y conseguí aumentar la producción. Nos fuimos a pasar unos días a Galicia deseando huir del calor y con ganas de campo.
Mastitis al canto. Pediatra que de nuevo me dice que no pasa nada. Que es normal tener el pecho ensangrentado al principio. Recomienda de nuevo quitar pezoneras. No sé cómo aguanto una semana sin ellas, limitando las tomas al pecho a 10 minutos y luego alimentando a mi bebé con dedo-jeringa.
Ganó 10 g en una semana, cuando lo normal en ese momento es que cojan 20 g AL DÍA. Mi hijo cogió 10 g EN UNA SEMANA. Mi hijo estaba en una situación CRÍTICA y NADIE lo veía. Me vais a perdonar la expresión pero NADIE TENÍA NI PUTA IDEA DE NADA.
Otra pediatra en un centro de salud en Galicia me dice que el frenillo no afecta, que todos tenemos frenillo y que si se corta se puede tragar la lengua. ESTO ES MENTIRA, POR FAVOR GRABAOS ESTO A FUEGO. Me pone en medio de una sala como un mono de feria y llama a las matronas del centro de salud para valorar la toma. Me miran unos 10 segundos y me dicen que está todo OK. Labios evertidos y boca abierta. Hala, a mi casa. Las tomas no se valoran así, coño.
Y de pronto conecto con dos mujeres increíbles que saben lo que me ocurre. Que solo con un vídeo (el que veis más abajo) saben decirme qué es lo que está pasando y además saben decirme cuál es la solución: mi bebé tiene un frenillo limitante que hay que tocar para confirmar pero que con toda seguridad es lo que está causando mis síntomas, mi dolor, mis grietas, la escasa ganancia de peso, la baja hidratación, los uratos… Y saben decirme a quién acudir para solucionarlo. Y saben darme pautas para encarrilar la situación, alimentar correctamente a mi bebé mientras se soluciona el problema y proteger mi producción de leche.
En este punto yo estoy patidifusa. Tres semanas de sufrimiento y de visitas infructuosas a pediatras y matronas y una mujer que no es sanitaria me ve y en un momento sabe lo que ocurre.
Tenemos un problema MUY grave con nuestros profesionales sanitarios en lo que a lactancia y frenillos se refiere.
Tienen que formarse. Tienen que aprender. Deben hacerlo. Son pocos los sanitarios que están formados en este campo y es inadmisible. Afecta a MUCHOS bebés. No es una moda.
Afecta al 10 %. Eso es MUCHÍSIMO. Deben aprender. Es un imperativo. No hay más.
Y deben escuchar a las familias, sobre todo a las madres. Y observar. Y tener la curiosidad y el espíritu científico suficiente para darse cuenta de que si no saben cuál es el problema de inmediato hay que mirar más allá, informarse, derivar… no mandar a una familia a casa a sufrir, invalidar a la madre e infantilizarla y hacerla sentir una primeriza loca que tiene un problema de confianza. Sí, tengo un problema de confianza, pero un problema de confianza en ti, sanitario, que es tu obligación formarte para ayudarme y no lo estás haciendo.
Una persona cercana me dijo una vez que no debía criticar jamás a un sanitario, que no todos están desactualizados. Yo critico lo que veo y a quien se lo merece. Al sanitario formado en lactancia lo valoro y le aplaudo. Lo observo y aprendo de él/ella; pero al que no lo está y no tiene interés en estarlo lo condeno porque tiene en sus manos una responsabilidad enorme y no la está honrando. Debe aprender.
A las seis semanas de vida le cortaron el frenillo a mi bebé y en diez días estábamos con lactancia materna exclusiva. Heridas curadas, dolor inexistente, ganancia de peso adecuada. Aún lloro cuando lo recuerdo. Y me encabrono (hablo así porque a las cosas hay que llamarlas por su nombre y porque no soy sanitaria adscrita a ningún organismo de salud y me puedo permitir el lujo de decir las cosas tal cual las pienso) cuando recuerdo aquellos días de incertidumbre y de dolor físico y emocional. No hay derecho. Me indigna y me duele.
Sanitarios que atendéis a madres lactantes, formaos por favor. Os necesitamos.
Mientras, al resto de mortales, madres sobre todo, no dejéis que nadie os infantilice ni minimice vuestro sufrimiento. Si os duele, no es normal. Si tenéis grietas, no es normal. Si vuestro bebé no coge peso, no es normal. Si tiene uratos en el pañal más allá del cuarto día, no es normal.
Me gusta pensar en este tema de la siguiente manera. ¿Acudiríais a un dentista para que evaluara un lunar? No. Pues esto es lo mismo. Ser matrona no significa saber de lactancia. Ser pediatra, tampoco. Ser médico de familia, tampoco. Quien sabe de lactancia es porque se ha formado en lactancia, sanitario o no. A esas personas son a las que tenéis que acudir. Ni más ni menos.
Carmen Vega y Mari Cruz Manrique, ambas IBCLCs, y Patricia Fondevila, asesora de lactancia, fuisteis vitales y una inspiración. Gracias.
El frenillo que nadie veía salvo las personas que sabían de frenillos.