Yo es que siempre llego tarde a las Efemérides. Tampoco es que me esfuerce demasiado por llegar a tiempo. Porque me da mucha rabia que se acabe el día y que pasemos página como si tal cosa. Se debe prestar atención todos los días, no únicamente cuando lo dice el calendario.
Los últimos meses me encuentro pensando muy a menudo en mi primer postparto. Se acerca el primer cumpleaños de mi segundo hijo y es difícil no hacer comparaciones con aquella primera vez. Con frecuencia me encuentro contándole a cualquiera con quien esté hablando que creo que tengo estrés post traumático del primer postparto. Hice terapia. Mucha. Muy buena. Con mucho éxito. Con resultados muy sanadores. Hoy recojo mucho de lo que sembré en ese periodo; pero qué días más oscuros.
Recuerdo lo sola que me sentía a cualquier hora del día. Miraba a mi bebé y menos mal que lo quería con todo mi ser y con su carita y sus ruiditos me iluminaba los días porque todo lo demás (mi vida interior, mi individualidad, mi relación de pareja, mi relación con el mundo) estaba sumido en una bruma negra y espesa. Más de una vez he comentado que parecía que un dementor me había succionado el alma.
No podía tenerme en pie. Estaba siempre cansada. Sigo cansada, desde 2019, pero el de ahora es un cansancio sano, de tralla acumulada. El de aquel momento era un cansancio enfermizo. No estaba bien.
Quien se percató de ello me acompañó como pudo y como supo, que no es poco. Gracias.
Hubo quien no supo acompañarme. Hubo quien ni siquiera se percató. Ni se esforzó. Entre ellos matronas y médicos. Lo mismo con tantas otras cosas de mi maternidad (lactancia o diabetes gestacional sin ir más lejos).
Entre la niebla me vi buscando ayuda en círculos que no eran los que me correspondían por derecho. Porque creo que tenía derecho a que los profesionales sanitarios detectaran un problema en mí y me ayudaran. Pero no lo hicieron. A pesar de pedir ayuda.
Tuve que preguntar en círculos no sanitarios, a madres que ni siquiera conocía en persona y a profesionales sanitarios que no formaban parte del sistema público de salud, para encontrar la ayuda que necesitaba. Y pagarla (que ese es otro tema, pero hay que decirlo). Que en España la sanidad es "gratuita". Que la hemos pagado todos. Que la pagamos todos; y a veces no responde, ni para lo relacionado con el cuerpo ni para lo relacionado con la mente. Especialmente para lo relacionado con la mente. En mi caso no respondió. Ni la pública ni la privada.
Tampoco respondió a los problemas que tenía con la lactancia. No respondió ante mi bebé, que también tenía derecho a que los muchos profesionales que visitamos detectaran su frenillo MUY limitante y todo lo que eso afectaba a mi salud mental. No respondió a la brutal anemia con la que salí del hospital sin tratamiento ni seguimiento. Ni a la falta de aire casi constante. No respondió a las lágrimas que se me caían en las consultas postparto, cuando trasladarme desde casa al centro de salud me resultaba tan duro como plantearme subir el Everest.
Y aún así llegué de Madrid a Galicia y luego volví para hacer una mudanza. Aún no sé cómo lo hice. Aún hiperventilo cuando lo pienso. A costa de muchas cosas, entre ellas mi salud mental.
Recuerdo la angustia nocturna, con un bebé que se atragantaba en cada toma. Estar sola y preguntarme si sería capaz de correr al coche lo suficientemente rápido. O si me bloquearía y no sería capaz de llamar a una ambulancia. Recuerdo sobresaltarme con cualquier ruido y cerrar mi casa a cal y canto y luego angustiarme por si se desataba un incendio y no podía salir o no alcanzaba a moverme lo suficientemente rápido cargando un bebé. Recuerdo debatirme durante horas en la cama, sin poder dormir, tratando de decidir si me levantaba a abrir la puerta o la dejaba cerrada.
Recuerdo LA FRASE, con mayúsculas: disfrútalo, que crece muy rápido. Sé que disfruté a ratos (o eso quiero creer), pero no lo recuerdo bien porque predomina una pena muy profunda y la sensación de haberme traicionado a mí misma por no haber sido capaz de estar mejor. Muy jodida esta sensación eh. Ojo, que todo se trabaja, pero para poder trabajarlo tienes que tener los recursos. Afortunadamente los pude tener. Tarde, pero los tuve. Y pagando.
Ahora, cuatro años después, me cuesta recordar ciertos momentos. Creo que los he bloqueado. En cambio, me siento feliz cuando pienso en mi segundo postparto, mi cerebro se expande y me aflora una sonrisa casi al instante. La diferencia es abismal. Resultado del aprendizaje, de la experiencia y de la planificación.
De prestar atención a lo importante.
Y me veo lo suficientemente capacitada para decir que la salud mental materna debe ser una prioridad. Lo vivo como madre y como asesora. Debe prestarse atención. Debes aprender a hacer las preguntas adecuadas para entender qué está pasando.
Porque una madre cansada y que lleva el peso del mundo sobre sus hombros, cuando le preguntes cómo está porque has cumplido con tus veinte minutos de visita (ya seas amigo o profesional) y sepa que te vas a marchar igual te diga lo que te diga, va a responder lo siguiente: "estoy bien".
Leamos entre líneas y creemos un espacio seguro donde esa madre pueda desarrollar esa frase. Cada uno desde su parcela de conocimiento y también en el terreno personal.
Te dirá después: “no te preocupes”. Es cierto. No nos preocupemos. Ocupémonos.
Tendamos un puente que atraviese la niebla. Y seamos el calor que la evapore.